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¡¡¡Hermoso día!!! – repitió una y otra vez Leona.
Esa mañana, el sol
brillaba sobre su ventana, y ella ya planeaba lo bien que la pasaría en el
paseo con sus padres.
Apagó las luces de
su habitación y cerró las ventanas. Todo quedó completamente oscuro, solo podía
ver, muy tenuemente, lo que la rodeaba.
Pero solo una cosa quería hacer: hablar
con alguien, pero ese alguien ya no estaba.
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¡¡Pequeña amiga!!
- dijo muchas veces – Te espero…quiero que puedas ver que ya no hay
miedo en mí, que ya comprendí. A la cuenta de 3 te apareces, 1, 2, 3…
Pero la Luz no se hizo presente. Leona, con
sus pequeños ojos llenos de lágrimas, se sentó a repasar todas sus charlas,
todos sus consejos y cómo se habían conocido. Recordó que por momentos le había
tenido miedo, desconfianza, pero que, finalmente, le supo enseñar sobre la luz
en la oscuridad.
Salió de su
habitación, encendió la luz, levantó la persiana y preparó su mochila. Las
lágrimas ya no eran de tristeza, sino de alegría, por haberla conocido .
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Leona, ¿Estás lista? – preguntó su padre.
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Siiii. ¡Guardo
mi sombrero y listo!
Leona colgó su
mochila. En ella viajaban dos libros de fantasía, lápices de colores y una
manzana. Su sombrero era quien acompañaba a su hermosa cabellera.
De un momento a
otro estaban en la calle pedaleando hacia la plaza.
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Pa, ¿Puedo hacerte una pregunta?
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Claro que sí, dime.
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¿Alguna vez has dejado de ver a un amigo muy especial
sin comprenderlo?
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Si, a muchas personas. Sin ir más lejos, en cuanto
lleguemos, te contaré una historia.
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Siiii, ¡¡¡Me gustan las historias!!!
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¿Y quién se fue sin que lo comprendieras?
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Después te cuento – sonrió Leona pícaramente.
Comenzaron a
caminar hacia el banco. Era el banco en el cual el sol se sentaba todas las
tardes, y de un momento a otro el sol ya fue parte de ellos. Y su padre comenzó
su relato.
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Te contaré una historia que me sucedió cuando era
pequeño… Tenía cinco años cuando mis padres decidieron mudarse a otro barrio,
eso implicaba que el jardín al que iba ya tenía un final anunciado. Tenía
muchos amigos y amigas, pero me había hecho amigo de alguien muy especial: la
portera del jardín, Margarita, ¡¡cómo olvidarla!!
Margarita era
quien nos recibía todas las mañanas con una sonrisa gigante y quien nos animaba
a entrar cuando no queríamos saber nada de dejar a nuestros padres y madres
mirándonos a través de los grandes ventanales de vidrio. Ella nos hablaba unos
segundos y luego, sin darnos cuenta, ya estábamos disfrutando de nuestro
jardín.
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¿Y por qué era tan especial para vos, papi?
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A mí no me gustaba separarme de mis padres, de niño
era muy tímido y me costaba entrar en confianza con los demás, tenía muchos
amiguitos, pero a pesar de eso siempre hacia la misma escena. Hoy, viéndolo de
lejos, creo que quizás quería escuchar a Margarita para luego poder entrar con
una sonrisa, y sus palabras aparecían
cuando los niños no queríamos entrar al jardín.
Leona estaba atenta
a todo lo que su padre decía y, recostada sobre su regazo, miraba al cielo, aun
sabiendo que el sol la invitaría a cerrar sus ojos.
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El último día que fui al jardín fue muy triste. No
podía comprender por qué alguien que era tan especial para mí ya no iba a estar
en mi vida. Mis padres decidieron llevarme al colegio para poder terminar de
embalar las cosas para la mudanza. Y ese día Margarita se despidió. Sabía que
ya no nos veríamos. Me llamó antes de la hora de salida y nos sentamos en un
banco. Me miró y me dijo: Rafa no estés triste por el nuevo jardín. Ella sabía
que ese día yo había llorado escondido
en la sala. Siempre sabía todo. Tomó algo de su bolsillo y me lo dio. Era un
pequeño cofrecito de madera. Yo era muy pequeño así que mucho no entendía. Pero
supo explicármelo tan bien que al día de hoy todavía me acuerdo.
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¿Qué dijo?
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Me dijo: este cofrecito es muy pequeño, pero tendrá sus grandes historias y recuerdos. Mencionó que no dejaríamos
de ser amigos, que a pesar de que me mudase y vaya a otro colegio siempre
íbamos a ser amigos. Que le había gustado conocer mi sonrisa al entrar contento
al jardín, y que seguramente en esa nueva escuela alguien también iba a sonreír
conmigo. Que quienes nos enseñan, ayudan y quieren siempre estarán presentes.
De otro modo, pero presentes… En ese momento no comprendía muy bien como ella
iba a estar presente sin estarlo, sin verla. Pero así fue durante todos estos
años, ¡¡y tengo mi cofrecito guardado!!
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¡¡¡¡Quiero verlo al llegar a casa!!!! ¡¡¡Por favor!!!
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Así que ese día cuando salí del jardín le di un abrazo
fuerte, fuerte a Margarita y, a pesar de que en el auto lloré, tenía el cofre
en mis manos que me recordaba a mi gran amiga.
Así que mi pequeña Leona, puedo decirte que por más distancias, cuadras,
países u horas de distancia que nos separen de alguien que nos ha dejado un
lindo recuerdo, siempre, de algún modo, va a estar presente . Por diferentes
razones las personas a veces se distancian, alejan, sueltan, y eso nos pasa a
todos, hija.
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Sí, pero me pone triste no ver más a mi gran amiga.
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Eso va a pasar, pero acordate de cuando reían… Cuando
entré a mi nuevo jardín encontré a quien sonreírle antes de entrar. Me acuerdo
de mi amiga Margarita aun hoy, pero también me acuerdo de lo que me enseñó en
su momento aun siendo muy pequeño, ¡¡más pequeño que vos!!
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Es una linda historia Pa, ¡¡me gustó!! Ya estoy
cansada, ¿vamos?
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Vamos, ¡tu madre nos espera para merendar!
Y así, Leona y su
padre, subieron a sus bicicletas y emprendieron el camino de regreso a casa.
Leona recordó que su amiga “Lucecita”,
le dejó una linda enseñanza: podía estar tranquila ante cualquier oscuridad,
sabía que luego aparecería la luz, de a poco, y Rafa, su padre, le enseñó la importancia de entrar y despedirnos
siempre con una gran sonrisa.
Leona grito a lo
lejos.
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¡El último que llega es cola de perro!
Siempre sonreía al
decirle a su padre esa frase.
Y el respondía…
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¡¡¡El primero que entre es un Leónnnnnn!!!